Por Sara Tejada Gómez, juanamiga
Primero fue el grito, el inexplicable frío de verme violada, tocada, gritada, juzgada, violentada.
Luego vino la mano, el amor de una hermana, una que no conocía pero que entendía mi grito; fue una hermana que no juzgó, que acompañó y abrazó mis temores.
Entonces vino de nuevo el grito, un grito acompañado, un grito de muchas hermanas, comprendí que para no ser ni una menos es necesario gritar en manada, con esa familia de muchas hermanas que cobija y lame las heridas.
Cura tus heridas en manada. Gruñe tus peleas en manada.